Lisboa, hija de todas las razas y credos que se dicen buenos... por Carolina Gracey

Podemos decir que Lisboa, ciudad que visitamos al final de nuestro viaje por "España y Portugal, Las juderías, entre el cristianismo y el Islam" está de moda. Elegida como "Segundo mejor destino Europeo del año" y "Mejor ciudad para una escapada" esta ciudad de aires nostálgicos se ha transformado en una belleza donde la sofisticación y la tradición han logrado una fusión casi perfecta. Como el New York Times cita en un reciente artículo: "Lisboa consiguió la proeza de reinventarse sin perder su identidad". Aquí les compartimos un breve texto del genial premio Nobel portugués 

“Palabras para una ciudad” por José Saramago*

   

 Tiempos hubo en que Lisboa no tenía ese nombre. La llamaban Olisipo cuando llegaron los romanos, Olissiboná cuando la tomaron los moros, aunque acabó siendo Aschbonna, tal vez porque no supieran pronunciar la bárbara palabra. Cuando, en 1147, después de un cerco de tres meses, los moros fueron vencidos, el nombre de la ciudad no cambió de una hora para otra: si aquél que iba a ser nuestro primer rey le mandó una carta a la familia anunciando la gesta, escribiría con toda probabilidad en el encabezamiento Aschbouna, 24 de octubre, o Olissibona, pero nunca Lisboa.

 ¿Cuándo comenzó Lisboa a ser Lisboa de hecho y de derecho? Por lo menos tuvieron que pasar algunos años antes de que naciera el nuevo nombre, así como para que los conquistadores gallegos comenzaran a ser portugueses…

...Tal vez no es posible hablar de una ciudad sin citar unas cuantas fechas notables de su existencia histórica. Aquí, refiriéndonos a Lisboa, se mencionó una sola, la de su comienzo portugués: no será particularmente grave el pecado de glorificación… En aquél día de octubre, el entonces recién iniciado Portugal dió un gran paso hacia adelante, y tan firme fue que Lisboa no volvió a ser perdida. Pero no nos permitamos la napoleónica vanidad de exclamar: “Desde lo alto de aquel castillo ochocientos años nos contemplan” y aplaudirnos luego unos a otros por haber durado tanto…

Pensemos mejor que de la sangre derramada en un lado y otro está hecha la sangre que llevamos en las venas, nosotros, los herederos de esta ciudad, hijos de cristianos y de moros, de negros y de judíos, de hindúes y de amarillos, en fin, de todas las razas y credos que se dicen buenos, de todos los credos y razas que llamamos malos. Dejemos en la irónica paz de los túmulos esas mentes desorientadas que, en un pasado no distante, inventaron para los portugueses un “día de la raza” y reivindiquemos el magnífico mestizaje, no solo de sangres, también y sobre todo de culturas, que fundó Portugal y hasta ahora le ha hecho durar. Lisboa se ha transformado en los últimos años, ha sido capaz de despertar en la conciencia de sus ciudadanos fuerzas renovadas para salir del marasmo en que había caído. En nombre de la modernización se levantaron muros de hormigón sobre piedras antiguas, se transformaron los perfiles de las colinas, se alteraron los panoramas, se modificaron los ángulos de visión. Pero el espíritu de Lisboa sobrevive, es el espíritu que hace eternas las ciudades. Arrebatado por aquel loco amor y aquel divino entusiasmo que habita en los poetas, Camões escribió un día, hablando de Lisboa, “…ciudad que fácilmente de las otras es princesa”.

Perdonémosle la exageración. Basta que Lisboa sea simplemente lo que debe ser: culta, moderna, limpia, organizada – sin perder su alma. Y si todas estas bondades acaban haciendo de ella una reina, pues que lo sea. En la república que somos serán bienvenidas reinas así.

 * Fragmento del texto de José Saramago, cedido por la Fundação José Saramago a sieteLisboas. (El cuaderno. Ed. Alfaguara, 2011. Traducción de Pilar del Río, pp. 21-25.)

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