Viajes en primera persona: BERLÍN, UNA CIUDAD LLENA DE MAGIA – Carolina Herz*

Mi primera sensación, al llegar a Berlín, fue la de sentirme en casa. ¿Qué raro, no? Sentirme en casa en una ciudad que aún no conocía, pero que me había abierto las puertas sin dudarlo siquiera un segundo. Es que Berlín es esa ciudad cosmopolita con una sonrisa de oreja a oreja pero que no puede ocultar sus cicatrices. Porque a pesar de su magia, de su intensidad, el pasado está a la vuelta de cada esquina.


Viajé a Berlín como estudiante, para asistir a un curso de verano sobre Estudios Judíos en la Universidad de Humboldt. Aprendí muchas cosas en la universidad, pero más aprendí en la calle, recorriendo y conociendo gente. Tuve la oportunidad de conocer colegas de los lugares más diversos del mundo: Hungría, Francia, Palestina, Israel, Alemania, Brasil, Serbia, Estados Unidos y más. Descubrí también que gran parte de los berlineses no nacieron en Berlín. Jóvenes estudiantes internacionales e inmigrantes de todo el mundo (incluyendo refugiados) son mayoría en sus calles. La diversidad y la tolerancia llevan las de ganar, sin duda alguna.
Desde la primera noche me di cuenta que la ciudad y yo nos íbamos a llevar bien. Caminando sin rumbo con una nueva amiga (destruyamos ya mismo el mito de que los que salimos a pasear por el mundo solos, viajamos en solitario), encontramos una plaza, hermosa, llena de vida, donde varias personas de todas las edades bailaban Charleston. ¡Parecía magia! En este pequeño espacio, cada día se podía escuchar y bailar un estilo musical diferente: desde swing hasta tango.
Como la plaza, todo lo que encontré en Berlín parecía mágico. Así, perdiéndome sola o acompañada, descubrí los lugares más bellos de la ciudad. Sacar un pase de transporte diario, semanal o mensual me permitía subirme a todo transporte público en cualquier momento y hacia todas las direcciones posibles. Encontramos bares dignos de piratas con pata de palo, sótanos donde tocan bandas de rock under, museos de todo tipo. Fuimos a escuchar a la orquesta nacional al aire libre, que en un momento dirigió Daniel Barenboim. Probamos un helado púrpura intenso con sabor a alfajorcito de maicena y comidas de todas partes del mundo. Observamos un partido de fútbol de la Eurocopa en la Puerta de Brandemburgo rodeados de miles de personas. Fuimos a ver una película blanco y negro soviética, romántica y muda, con música de época, pero improvisada y en vivo en el famoso Babylon. Paseamos por el gigantesco Tiergarten y nadamos en lagos naturales, ¡porque la ciudad tiene casi 100 lagos!  
Y es que Berlín es sinónimo de magia. ¿Si no cómo explicar que todo un mercado turco desaparezca de un día para otro? Ojalá tuviera una foto del momento en el que, después de una agotadora caminata, estaba intentando convencer a un nuevo amigo que no, que no me había perdido y que no lo había soñado. Que el día anterior, ahí mismo, había un mercado turco con una estructura del largo de un par de cuadras, lleno de ruido en cualquier idioma, frutas frescas, telas, comida casera y ropa. Mercado del cual no quedaba ningún rastro. No me creyó, hasta que alguien nos dijo que ese mercado existía, pero sólo los martes y viernes, y los demás días desaparecía por completo. También está el inmenso mercado de pulgas de Mauerpark, que los domingos se convierte en el lugar más vivo de Berlín. Cada domingo el Mauerpark Flohmarkt se inunda de turistas y berlineses, bandas en vivo, karaoke, comida internacional, venta de artículos nuevos de todo tipo y antigüedades.
Pero, a su vez, la presencia de la historia en Berlín es innegable, no sólo quedan huellas. Capas de tiempos pasados pero presentes se superponen a lo largo y ancho de toda la ciudad. No es casual que el Memorial del Holocausto, llamado Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados de Europa, ocupe su lugar en el corazón de Berlín. El memorial está entre la icónica y simbólica Puerta de Brandemburgo y la antigua residencia de los presidentes de la era de Weimar, la primera experiencia de democracia alemana a la cual siguió el nazismo. Además, viene a llenar una parte del espacio vacío entre los muros que separaban Berlín Oriental y Occidental, en el marco de la permanente lucha alemana para hacer frente a su pasado e integrar a su población. Así florece la dinámica comunidad judía de Berlín, activa en el presente y en permanente contacto con su pasado. Además del Memorial del Holocausto, visité otros lugares relacionados con la historia judía. Los que más me llamaron la atención fueron la imponente sinagoga de Oranienburger Straβe  (la Neue Synagoge) y el Museo Judío de Berlín.
En ese intento alemán por amigarse con su propio pasado, no puedo  dejar de mencionar al Monumento Conmemorativo a los Soldados Soviéticos en Treptower Park, legado todavía controversial y difícil de asimilar para los berlineses. Fue construido para honrar a los soldados del Ejército Rojo soviético caídos en la lucha contra la Alemania Nazi, y cumple a su vez la función de cementerio y recordatorio del rol clave de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial.
¡Qué difícil es contar cómo es Berlín y todo lo que me generó en tan pocas palabras! Hay que conocerla para descubrir que, como canta Marlene Dietrich, “esa es Berlín, la forma en la que llora, y cómo se ríe” (“das ist Berlin, wie's weint, und wie es lacht”). Con todos sus contrastes, sus luces y sus sombras. Y, como al regresar de cualquier viaje y como dice Cortázar, me dí cuenta de que la vuelta en realidad era la ida en más de un sentido.

Auf Wiedersehen, Berlin, bis bald! ¡Adiós, Berlín, hasta pronto!  

* Carolina Herz, abre la sección de Viajes en primera persona de nuestro blog. Es una inquieta joven de 24 años, estudiante de historia de la UBA (Universidad de Buenos Aires). Su amor por los viajes, la historia, los idiomas y la fotografía la llevó a Berlin entre junio y agosto de 2016.
Foto del Memorial de los Judíos Asesinados de Europa, tomada por Carolina Herz, durante su viaje.


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